Falleció Alberto Ferrari, un maestro de la vida

El domingo 16 de octubre
falleció Alberto Ferrari
a los 70 años, el
profesor de teatro y de
la vida que más influyó
en mi adolescencia
transcurrida en el Instituto Politécnico
Industrial de Berazategui
(IPIB).
En la década del setenta, Ferrari
había dejado la comodidad de la
Capital y emprendido la loca aventura
de enseñar teatro en un colegio
industrial del sur-sur del Gran
Buenos Aires. El “Flaco” Ferrari
era un profesor de Literatura egresado
del Mariano Acosta. Además,
había estudiado dirección de teatro
con los grandes maestros argentinos
de esa época.
Era un lujo para nuestro IPIB y
un maestro con métodos de enseñanza
no tradicionales. En el colegio
industrial a varios compañeros
no les gustaba leer pero Ferrari no
los obligaba hacerlo, ni tampoco
los bochaba. Un día, por ejemplo,
entraba al aula y recitaba “El General
Quiroga va en el Coche al Muere”
de Borges y todos terminábamos
llorando. Con su magia usaba
el aula como si fuese un escenario.
No nos aburría con teoría literaria
ni análisis sintáctico.
De su talento y su mano cientos
de estudiantes de Berazategui
supimos quién era Shakeaspeare,
Kafka, García Lorca y entramos por
primera vez al Cervantes o al San
Martín. Siempre con estudiantes
hizo excelentes obras como “Mariano
Moreno” de Gustavo Levene,
“Los de la Mesa Diez” de Osvaldo
Dragún, “Heredarás el Viento” de
Lawrence y Lee, “El Crepúsculo de
los Bueyes” inspirada en una obra
de Andrés Lizarraga, “Los Caminos
del Aire” de Roberto Arlt, “Los
Indios estaban cabreros” de Agustín
Cuzzani y “Sueño de una Noche
de Verano” de Shakeaspeare,
entre otras obras.
Ni en las peores épocas de la
dictadura, cuando desaparecieron
tres compañeros míos del IPIB y
nuestro teatro recibió una andada
de disparos hechos por desconocidos
dejó de trabajar con alumnos
sobre “las tablas”.
De esa experiencia pasó luego a
crear el grupo de teatro de la Universidad
de Quilmes (UNQUI)
que dirigió entre 1989 y 1999.
Paralelamente, creó el Instituto
Superior de Formación Docente
número 84 de San Francisco Solano.
En otras palabras, el “Flaco”
creaba espacios de cultura en las
ciudades que sufrían difíciles condiciones
económicas y sociales.
Como nunca tuvo un auto, iba de
noche en colectivo a dar esas clases
en otro rincón del Sur-Sur del
GBA. Tampoco tuvo “la billetera”
del gobierno de turno que financia
proyectos culturales como otra forma
de propaganda política. Todo
en su vida fue a “pulmón”.
Cuando arañaba los 50 hizo una
maestría en lingüística. “Hay que
saber darse vuelta la cabeza”, decía.
Desgraciadamente nunca publicó
un libro con su experiencia. Un
borrador titulado “Militante de la
Queja” aguarda aún una editorial
que lo saque a la luz. Como otros
de sus referentes Ernesto Sábato,
Ferrari vivía con una angustia existencial.
Pero nunca nos afectó con
sus lágrimas por el dolor ajeno o
la indignidad que nos hizo sufrir
la Argentina en tantas etapas de
nuestra historia. “Chicos hay que
dejar los zapatos con barro afuera
del teatro”, nos decía en el teatro
donde nos quedábamos ensayando
los fines de semana hasta la 1 de la
madrugada, maravillados con la
experiencia. Yo como tantos otros
de sus discípulos saltamos de la
técnica al periodismo, al derecho,
al teatro, y a otros carreras ajenas
a las ciencias duras.
Como en una escenografía imaginada
por Alberto, el domingo
16 de octubre el horizonte se tornó
mágicamente ceniciento por
el dolor de toda su familia, sus
amigos y sus discípulos. Su obra
mayor somos todos sus alumnos.
Gracias Flaco.

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